Gestión prospectiva del agua en Mendoza: pasado, preesente y futuro

Etnia Huarpe Milcayac

Los rastros de poblamiento más antiguos en la provincia de Mendoza se remontan a 9.000 años A.C. y han sido encontrados al Sur del río Mendoza, en las localidades de Agrelo y Barrancas.  Estos corresponden a pueblos cazadores, recolectores y agricultores con incipientes conocimientos de riego, tejido e hilado, cerámica y construcción de chozas mediante la utilización del sistema denominado quincha (ramas, cañizo y paja, recubiertos con barro).

A la llegada de los conquistadores españoles habitaba en la zona de Mendoza la etnia Huarpe Milcayac. Unos 15.000 aborígenes se distribuían entonces en el territorio entre los ríos Mendoza, Diamante, Desaguadero y la cordillera de los Andes. Estos habitantes se establecían junto a los cursos de agua principalmente en las lagunas de Guanacache y del Rosario  y en los valles de Cuyo Güentata (junto al río Mendoza) y de Uco-Juarúa (junto al río Tunuyán). Estaban organizados en familias que conformaban grupos reunidos alrededor de caciques propietarios de un territorio determinado. También eran agricultores y en sus chacras cultivaban maíz, quínoa, poroto y zapallo con riego por acequias que surcaban las tierras de cada cacique y tomaban sus nombres: Guaymallén, Tobar, Allaime y otros. Sus caseríos eran reducidos y distaban aproximadamente 20 km entre sí.

 Figura 180: Mendoza en tiempos de los Huarpes

 

Fuente: Ponte, J.R., De los caciques del agua a la Mendoza de las acequias, INCIHUSA, CONICET, (2005).

 Como complemento de la agricultura eran cazadores, recolectores y pescadores. De sus ancestros conservaban curiosas modalidades de cacería como la persecución de guanacos a trote lento durante días hasta vencerlos por cansancio, hambre y sed o la captura de patos laguneros que realizaban sigilosamente sumergidos en el agua y con la cabeza escondida dentro de calabazas.

Recolectaban algarroba para hacer patay (pan) y aloja (bebida), así como otros frutos y semillas (chañar), raíces (totora) e incluso insectos (langostas) que secaban y molían para amasar. Los huarpes laguneros eran habilísimos pescadores. Sus canoas de totora y su cestería, que pueden ser admiradas actualmente en el Museo Juan Cornelio Moyano (Parque General San Martín), muestran influencias de la cultura andina del Titicaca.

Con las fibras vegetales obtenidas de esteros y lagunas desarrollaron una excelente cestería que asombra por la firmeza de sus formas, los coloridos dibujos y el apretado trenzado que las hacía impermeables y aptas para contener líquido.

Período Incaico 

 La incaización se produjo en las dos últimas décadas del siglo XV, es decir, menos de un siglo antes de la llegada de los españoles. La región de Cuyo integró el Collasuyo, parte austral del Tahuantinsuyo o imperio incaico. La capital estaba en el Cuzco y alcanzaba su confín en esta latitud a ambos lados de los Andes.

El inmenso imperio se comunicaba por el camino del Inca con tramos troncales en Argentina y Chile y ramales que vinculaban ambas vertientes. Este camino descendía por territorio andino hasta Uspallata y también vinculaba tamberías para albergar a los chasquis (mensajeros) y poblaciones de mitimaes, colonos agricultores y militares incaizados. En Uspallata se localizó una de ellas.

Figura 181: Extensión del imperio incaico

 

Fuente: Levillier Roberto, (1942).

Bajo la influencia incaica los huarpes perdieron la pureza de su etnia y sufrieron una considerable transformación cultural. Reemplazaron la lengua milcayac por el quechua, incorporaron el culto al sol, la luna y el lucero y perfeccionaron las técnicas de irrigación y cultivo. También perfeccionaron técnicas textiles y de alfarería.